Un hombre de avanzada edad debía ir al pueblo, en el interior, a la ribera del Nilo para comerciar con unos mercaderes. Dado que el trayecto no era largo y la temperatura era buena, decidió llevarse a su nieto, ya que el pequeño jamás había visto el gran río que les daba vida. Con el debido permiso materno, abuelo y nieto, en compañía de un burro de que se servía el primero para desplazarse, emprendieron el camino.
Al atravesar el primer pueblo de su recorrido, el anciano iba a pie, sin prisas, y su nieto cómodamente subido a lomos del burro. Entonces, una mujer apostada a la puerta de su choza, comentó en voz alta a una vecina:
-Fíjate qué crueldad la de nuestros hijos. Ese pobre anciano ha de ir a pie, mientras que el niño, que a todas luces es más joven y fuerte, va tranquilamente sentado y sin cansarse sobre el burro.
Al salir del pueblo, el anciano reflexionó en torno a las palabras de la mujer, y entonces decidió que tal vez tuviera razón. Por ese motivo, antes de llegar al siguiente poblado, decidió cambiar. Se subió a lomos del burro e hizo que su nieto caminara a su lado.
A mitad del poblado otras dos mujeres que llevaban la ropa a una acequia, se quedaron mirándolos. Y una de ellas, la más belicosa, exclamó airada:
-Ya no tenemos consideración para con nuestros hijos, los pobres. Fíjate en ese hombre, sin duda aún fuerte y capaz pese a su edad, desplazándose cómodamente sentado en su burro mientras que el pequeño, mucho más frágil y débil, ha de hacerlo a pie, fatigándose y poniendo en peligro su salud.
Al salir del poblado, el anciano meditó las palabras de la mujer, y decidió no tener que oír nuevas recriminaciones por parte de nadie más, optó por atravesar el siguiente pueblo sentado con su nieto a lomos del burro.
Casi a orillas de la tercera aldea escuchó una vez más la voz de una mujer que le decía con ira a una vecina:
-¿Has visto alguna vez tanta crueldad? Mira ese pobre animal, que apenas si es un pollino, teniendo que soportar el peso de dos personas cuando a duras penas debe poder con el suyo.
Ya fuera de la aldea, abuelo y nieto pusieron pie en tierra. Para entonces, era tal la zozobra del pobre hombre que ya no supo qué hacer al acercarse al siguiente poblado, a orillas del gran Nilo. Dado que las tres primeras alternativas habían resultado motivo de queja por parte de otras tantas personas, ¿qué más quedaba por hacer?
Y decidió lo único posible.
Ambos entraron a pie en el pueblo final con el burro a su lado.
Entonces escucharon una carcajada y la voz de una mujer que, apoyada en una ventana, llamaba la atención de su vecina diciendo:
-Hay gente tonta. ¿Para qué llevan un burro en un viaje si luego no lo utilizan y lo hacen a pie?
Saliendo a la orilla del Nilo, con los pies sumergidos en sus aguas, aquel anochecer el abuelo le dijo a su nieto:
-Salim, es bien cierto que nunca llueve al gusto de todos, y cada cual ve lo que quiere ver y no lo que siente el otro. Y puesto que cada persona es un mundo y cada razón la propia, debes guiarte siempre por lo que dice tu corazón, actuando con nobleza y honestidad. El resto ya no depende de ti.
-¿Y el juicio de los demás?
-Valóralo, pero sigue el tuyo. Tu instinto debe ser siempre tu guía.